Pasión “post mortem”
Tres historias, tres personajes muy diferentes, desconocidos y singulares, cuyo común denominador fue su pasión absoluta por Ferrari.
Giovanni Vitagliano.
Giovanni era un vehemente tifoso de Ferrari de los años sesenta. Tal era su afición que a la marca italiana le dedicaba todo su tiempo libre y le gustaba pasar temporadas en Maranello, conviviendo con los mecánicos, empleado y pilotos, en la medida de lo posible. Tan asiduas eran sus visitas que poco a poco se fueron acostumbrando a su presencia y se fue haciendo amigo de notables de la Ferrari.
En una ocasión, confraternizando con el secretario de la Ferrari en la época, Valerio Stradi, y con Franco Gozzi (que es quien narró esta historia,) Giovanni manifestó su deseo expreso de que, el día que muriera, sus restos fuesen enterrados en Maranello y así permanecer para siempre cerca de la Scudería. No solo manifestó sus deseos a sus ilustres contertulios sino que expresamente les hizo el encargo formal de que así fuese.
Cuando Giovanni Vitagliano murió, Valerio y Franco hicieron todo lo posible por cumplir sus deseos. Pero las estrictas ordenanzas de Maranello en lo que se refiere a policía mortuoria para con los foráneos, lo impidieron, por mas que lo intentaron apelando al Ayuntamiento tratando de llevar a efecto el singular deseo de aquel tifoso. Gozzi manifestó que sentía desde aquel día, una especie de deuda con el bueno de Giovanni Vitagliano, una deuda pendiente de saldar.
John Pendolf
John Pendolf era un joven inglés de 21 años pero, a pesar de su corta edad, un apasionado ferrarista. Pendolf murió a esa edad asesinado por un delincuente común en la calle a mediados de la pasada década.
La prensa, (Daily Mail), se hizo eco del suceso, y en la noticia salieron incluso algunas fotografías del sepelio del joven. Llamaba poderosamente la atención en la comitiva que portaba los restos del infortunado un aspecto: Encabezando la hilera de vehículos, delante del mortuorio incluso, iba un coche rojo que destacaba sobre el negro y oscuro de los restantes. Era un Ferrari 348 TB conducido por Melvyn Guiney contable amigo de la familia, llevando al padre del infortunado John a su lado. Fue este, su padre quien quiso dar a su ya desaparecido hijo, un regalo, un homenaje a su pasión. Incluso durante la ceremonia religiosa el cura que oficiaba, Reverendo Pakes, destacó en el elogio fúnebre las dotes humanas del desaparecido y su gran amor por la Ferrari.
Elisabeth McDonald.
Nos vamos otra vez a los años sesenta, como en el caso de la primera historia. Elisabeth era una viuda riquísima de Santa Mónica, California. A su muerte dejó su gran fortuna a sus herederos pero con una condición muy clara y resolutoria, de modo que si no la cumplían, su herencia sería dada a obras benéficas. La condición era esta: a su muerte quería ser enterrada con un vestido de noche en concreto y... a bordo de su precioso Ferrari 250 GT “California”. No quería separarse de ambos de ningún modo.
El problema de los herederos de la viuda, deseosos a toda costa de enterrarla con aquel vestido y aquel coche, toparon con que la leyes de california en lo que a inhumación se refiere, indirectamente prohibían esa pretensión.
Los abogados de los herederos, se las vieron y desearon para tratar de llegar a una formula satisfactoria tanto para las autoridades locales como para los ansiosos herederos. Al final se llegó a un compromiso que permitió conjugar ambos intereses. El cadáver de la viuda ataviado con su vestido de noche favorito, fue acomodado en el Ferrari. Este fue introducido en un container metálico que fue llenado de hormigón. De ese modo, aquel enorme bloque de cemento con “todo incluido” fue sepultado bajo tierra. Así yace Elisabeth McDonald, como ella dispuso y …para alegría de sus herederos.
Saludos, Bandini.